domingo, 19 de diciembre de 2010

Viejos textos que apuñalan

Puede que ante los ojos del mundo su rostro no fuese el más hermoso, puede que su cuerpo delgado no fuera según el canon el más perfecto, puede que cualquier dentista pudiese encontrar en su sonrisa variados problemas… pero para mí era la más bella. Sus ojos brillaban como lejanas esmeraldas, sus mejillas se tensaban encantadoras y su frente se fruncía arrancándome sonrisas... Y de pronto, sin saber cómo había ocurrido, me encontré abrazándome a él, apretándolo contra mi cuerpo y descubriendo que incluso su aroma tenía en mí contradictorios efectos relajándome y despertando, al mismo tiempo, cada célula de mi piel a la espera de una caricia.
Recuperé el control de mi mente y mis pensamientos para sentir como sus manos titubeaban en mi espalda, sin comprender mi llanto, sin entender por qué me aferraba a él con tal desesperación. “Soy el naufrago que se agarra a un posible rescate, esperando mantenerse a flote en un agitado, frío y despiadado mar de desesperanza.” Me aparté, separándome lentamente de él, suplicando en silencio por que me retuviera junto a él. No lo hizo y me senté en el banco mientras juntaba las manos entrelazando los dedos. Contemplé, al tiempo que mi oscuro cabello se interponía entre nosotros ocultando mi rostro, mis maltratadas zapatillas de deporte y me concentré en impedir que cualquier sonido escapase de entre mis resecos labios. Una lágrima, salada y refrescante rodó sobre mi enrojecida piel hasta mi barbilla, desde donde cayó para estrellarse con el suelo.
Se sentó en el banco, manteniendo una prudencial distancia que me hirió mucho más que una puñalada en el pecho y contuve el sollozo que amenazaba con sacudir mi cuerpo.
Ya en casa, consciente de lo improbable que era que mi idea funcionara pero consciente también de que debía intentarlo, dejé la mente en blanco por unos segundos y regresé como una fría y objetiva crítica, dispuesta a analizar y hundir al objeto de mi estupida ilusión. En pocos minutos y basándome en los cánones establecidos encontré numerosos desperfectos…solo me hicieron falta otros pocos minutos para comprender que esas extravagancias eran algunos de los importantes motivos causantes de mi situación, que cada uno de esos fallos me encantaba y que jamás los hubiera cambiado. Irritada, frustrada, desistí en mi penoso intento por sacarme de la cabeza su mirada, su sonrisa, su voz, la manera en que arrugaba la nariz, su manera de hablar, su forma de moverse, su expresividad…
Me dejé caer sobre la cama y, acurrucada entre mis peluches, lloré una vez más.
Los días pasaban uno tras otro sin que yo lograse concentrarme y los profesores, que consideraban que el despiste propio de principios de curso debía estar ya superado, me miraban suspicaces al verme suspirar con pena mientras tomaba apuntes en mis pulcros cuadernos.

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